PRÓLOGO

Por Carlos Del Frade*

Pongamos que hablamos de Rosario...
De la ciudad obrera que ya no es.
Del lugar que es feliz al conjuro de Central y Ñuls.
De ese espacio al costado del río marrón que sospecha de si misma porque nadie fue capaz de contar las historias de sus mayorías.
Pongamos que hablamos de Rosario...
En la que hay escritores reconocidos y hasta con fama internacional.
Pero otros que no.
Por pura ignorancia cultivada por los grandes medios de comunicación. O por envidia o vaya uno a saber por qué.
Escritores que en medio de la devastadora década del noventa fueron capaces de resistir junto a los valores en los huecos de los bares de los barrios, en las esquinas, en las plazas y, especialmente, en la sensible escucha a los amigos.
Entonces hay que leer a Néstor Sappietro.
Extraña mezcla de Menotti y el artista Oscar Martínez, este hombre de barrio Azcuénaga, entrega talento y sensibilidad en una época de obsceno desprecio por tamañas osadías.
Admirador de Osvaldo Soriano y Roberto Arlt, Sappietro encontró una literatura con el tamaño exacto para pensar la vida del lado de adentro.
Sus crónicas de las Causas Aparentemente Perdidas emocionan, sueltan una sonrisa y se alojan en el interior del lector u oyente radial.
Su estilo es hijo directo de haber aprendido a escuchar en sus tantos oficios terrestres. Por eso, quizás, el mejor tono para encontrarle la vuelta a las historias de los barrios rosarinos pasen por estas ficciones.
Por esa tozuda resistencia de los afectos y los recuerdos ante tanta tilinguería disfrazada de importante, moderna e inevitable.
En realidad, Néstor Sappietro es poeta. Sus crónicas son descubrimientos de los varios mundos que todavía habitan las calles internas de la geografía urbana.
Allí están los choques de los autitos de los pibes, la dignidad de los trabajadores que se niegan a un ascenso porque no quieren ensuciar a los compañeros, la camiseta número nueve para el gordo Luis y no el humillante puesto de arquero, la defensa de los amores posibles que no entran en los textos de las telenovelas de las tres de la tarde y la resistencia de la amistad.
Estas historias, cuando la censura se aburre de cerrar espacios radiales, aparecen en el aire, se editan en periódicos y revistas y hasta llegaron a multiplicarse por Internet.
Una insistencia en la búsqueda de las palabras que reflejen la pelea, la bohemia, los sueños y la lucha cotidiana, mientras el mundo conocido yace bajo los escombros de la desocupación y la riqueza en pocas manos.
Por eso, tipos como Néstor son descubridores y anunciadores del mundo nuevo.
Desesperados navegantes que desembarcan en escritos que reivindican lo mejor de la historia colectiva.
Pero hay mucho más.
Estos cuentos de Sappietro ayudan a vivir.
Acompañan, palmean el alma y le guiñan un ojo a la gastada esperanza.
Son páginas de una literatura rosarina que todavía no fue descubierta por los oficiales que controlan la aduana del reconocimiento del establishment vernáculo.
Yo tengo una suerte adicional y que no puedo compartir con el lector.
Imposible de socializar.
Sappietro es mi amigo.
Y ambas cosas, su literatura y su amistad, me son indispensables para vivir.

*Periodista, escritor

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